Flotaba suspendido en el aire, recorriendo el espacio navegando suavemente en la brisa que se levantaba desde poniente, cayendo unas veces, subiendo otras, dejandose llevar por las olas del viento...
Resulta sorprendente como la simple contemplación de algo tan sencillo y cotidiano puede dar lugar a una sensación de tanta paz interior, de comunión con el universo entero, si uno se encuentra en el estado de ánimo adecuado para ello. Sin duda esto último es la pieza clave que propicia el ser capaces de afrontar cada momento de la vida de un modo u otro, y por lo tanto lo que hace que nuestra realidad sea una u otra, o lo que es lo mismo a nivel práctico, nuestra percepción de la realidad.
Puede parecer un pensamiento propio de un relativista, y probablemente es cierto... desde cierto punto de vista, de alguien a quien siempre le ha costado creer en los absolutos y abarcar con su limitada capacidad los grandes conceptos abstractos de la vida. Quizá de ahí provenga la tendencia a analizarlo todo, disgregarlo en partes y diseccionarlo hasta que el entendimiento es capaz de asimilar cada una de ellas y, apartir de ahí, ir poco a poco entendiendo el conjunto hasta lograr, con suerte, un entendimiento mínimamente aceptable del todo.
También hay quien no cree en ese análisis, sino en la percepción que recibe del todo, quien no se molesta en entender y se mueve en función de lo que percibe de la totalidad, de la impresión que se recibe del conjunto, quien no siente la necesidad de entender y se limita a comprender la impresión del conjunto y reaccionar sin pensar demasiado en lo que la provoca, no la cuestionan sino que la aceptan como lo que es y es porque lo perciben de ese modo y, apartir de ahí, de algo tan subjetivo como la propia percepción individual, incorporan lo percibido a su realidad personal convirtiendolo en verdad.
Sentir la verdad. Sin duda es importante tener en cuenta no solo nuestra percepción del mundo, ya sea comprendida o entendida, sino también la respuesta de nuestros sentimientos ante ella. La realidad de nuestros sentimientos es tan cierta como lo que nos los despierta y, no tenerla encuenta es renunciar a comprender el modo en que la realidad se transforma en nuestra realidad, lo que lleva a cada individuo a diferenciar su realidad del resto, pues no solo la capacidad de entendimiento de la misma determina la percepción de cada uno, sino que también se ve determinada por los distintos sentimientos que a cada uno nos despierta. Lo curioso es que es ese entendimiento el que despierta nuestros sentimientos, por lo que cada vez que entendemos algo más también sentimos más.
Puede parecer este un modelo aristotélico de verdad, basado en la experiencia que cada uno tiene de ella, y sería así si no fuese por la diferenciación entre realidad y realidad personal que se está haciendo. Esta diferenciación sin duda nos lleva a pensar en un modelo plátonico en que las cosas son lo que son, y nuestra percepción de ellas una sombra en la pared de la caverna. Ciertamente sería así de no ser porque es la realidad personal la que se ve clara y definida, la que determina modelos de actuación, la que en definitiva importa y cuenta. Puede parecer algo caótico, un modelo platónico donde la experiencia aristotélica tiene un valor preponderante, una caverna sin sombras donde cada uno tiene un espejo, donde nadie es capaz de percibir la verdad de las cosas, sino el reflejo de ellas según el espejo que cada uno tiene delante, una imagen clara y nítida de lo reflejado pero también deformada, mientras que nadie capta al igual que en la caverna la verdadera esencia de lo que contempla. Nadie se molesta por la esencia.
En un universo como este el único modo de llegar a comprender la realidad está en comprender la naturaleza del espejo en que la vemos. Conocer la forma, concava o convexa, de toda la superficie del espejo es lo único que puede hacernos capaces de interpretar correctamente lo que vemos. En la comprensión de uno mismo es por lo tanto donde comienza la comprensión de la realidad que nos rodea.
La gente ya no reflexiona. Demasiadas prisas, demasiada presión y falta de criterio. El mundo necesita una pausa, tomar aire, cerrar los ojos y pensar. El mundo no va a detenerse, por eso es cuestión de cada uno tomar la decisión de parar un momento y cuestionarse así mismo, con calma y detenimiento, de reflexionar, pensar y adquirir el criterio que nos permita liberarnos de las cadenas que se nos han impuesto, cadenas que no aprietan salvo a quien cuestiona y piensa, que no se ven mientras el criterio personal se supedite al del grupo, a la conciencia colectiva que se nos intenta imponer como comportamiento aceptado por todos y no cuestionado por nadie.
Hay quien sí se lo cuestiona y no lo acepta, ¿que haces tu?
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